Carta de nuestro hermano José Antonio Gallego Gordillo
No lo entiendo. Que no. ¡Que no lo entiendo!
¿Cómo se puede denunciar a “mis niños”? ¿Es que no los ven?
Cogen cada día sus instrumentos para ir bastante lejos a
ensayar, a echarle horas a su devoción, aprendiendo cada día a ser los mejores.
Porque eso que no les quepa a nadie duda, ¡son los mejores! Y no van en
plenitud de comodidades. No. Pasan frío, desafían al mal tiempo y a las horas
incómodas de la tarde-noche. Cuando se ponen las boquillas en la boca están
frías, y hay que calentar el metal “haciendo labios”. Cargan en sus espaldas
los pesados tambores y bombos, en una sociedad donde hasta las mochilas de la
escuela llevan ruedas. Pero “mis niños” cargan con ellos. Y se les encallan las
manos de las baquetas, redoble tras redobles, aprendiendo compases que no
vienen en partituras y deben saber de memoria (y aún hay gente que dice que no
aprenden nada los jóvenes….). Cuando la marcha no va bien se corta. Y a empezar
de nuevo. Porque no sirve de cualquier manera. Tiene que salir perfecta. Muchas
horas para alcanzar la perfección. Entre los ensayos queda sitio para un
descanso, un cigarrito, unas risas, unos abrazos, algún que otro wassap…
Jóvenes, son una familia de jóvenes. De la familia mercedaria.